Un país en 35mm.

Por estos días, el ring televisivo, presenta a la realidad, como la pelea entre buenos y malos. Los malos muy malos y los buenos, ¡pobres! los buenos.

Sin posibilidad de diferenciar efectos, causas y consecuencias de las diferentes historias, estos medios omnipotentes dictaminan sin piedad con un alto poder de hipocresía y crueldad.

“En el barrio El Trébol, a unas cuadras de la estación Belgrano en la provincia de Córdoba, dos jóvenes de entre 15 y 17 años asaltaron una farmacia y mataron a su dueño a causa de los veinticinco pesos que encontraron en la caja registradora.

Un humilde trabajador, más cerca del justo descanso jubilatorio que del trajinar diario de su comercio de turno permanente, fue salvajemente tratado por dos delincuentes menores drogados y alcoholizados. Dos de tantos demonios de nuestra sociedad que siguen sueltos cazando presas inocentes, porque sí, sin respetar las leyes, pasando por encima de todas las reglas de convivencia ciudadana.

¿Cuándo acabarán con esto? Queremos una sociedad limpia, en paz donde podamos tener lo que nos corresponde y nadie nos lo quite...”

Esta podría ser una de las tantas crónicas seudo periodísticas y su respectivo comentario en los actuales medios de información masiva.

Condenas morales rápidas en los tribunales mediáticos con una corte de jueces de telenovela, con argumentos sociológicos de licenciados de gastronomía, lecturas teológicas de futbolistas y peluqueros, animados y/o conducidos por los nuevos inefables chimenteros que reemplazaron a los periodistas que no dan raiting.

La realidad que nos pasa día a día por la ventanilla del colectivo, la que respiramos en cada esquina, la que celebramos en familia y con amigos cuando alcanzamos un logro, dura, en estos tiempos, que pega en nuestra cara como el frió que tajea. ESTA, tiene una hermana que pocos conocen, esa niña que nació sin que nadie la amparara y creció andando por el margen donde casi nunca hay luz.

En esa OTRA, viven aquellos, los pobres más pobres, los sin nada. Sin ley ni obligación, aquellos que fueron echados de lo posible, por herencia antes de nacer. De ahí salen los pibes del asalto con muertes porque sí. De los secuestros sin otro plan más que los vean por TV y, con suerte, llevarse algo para aguantar un poco más.

Nuestra realidad y la otra. Dos lentes de distinta graduación, dos idiomas, dos rutas, dos ritmos y mil historias que en algún lugar se cruzan.

Podemos esperar a que llegue ese momento y el encuentro resulte feliz, como hermanos que se reconocen en el tiempo y retoman juntos la vida. O drásticamente como en las fotos de las primeras planas de los diarios que se editan desde acá

¿Es tan difícil mirar al otro como hermano?. No al otro de al lado. Al otro que mata, que roba, que no puede más que asomar la cabeza un rato y volver a la oscuridad.

El valor misericordioso de abrazar al preso no está por creer en su inocencia, sino justamente, por creer en su posible culpabilidad.

Es obvio que si se es víctima de cualquier delito es muy difícil ponerse en el lugar del otro y entender que lo que ocurre es producto de la injusticia que vive quien esta siendo injusto con uno.

Pero el miedo de ser victima no nos puede segar a combatir la violencia con más violencia.

En este escenario la televisión esta jugando perversamente el peor de los roles, producir un reality de la violencia, donde todos somos esos famosos por un día. Ese reality se ensaña especialmente con los más débiles, las víctimas de ambas realidades manoseadas sin derecho a defensa alguna.

Mientras ésto ocurre y surge una guerra interna entre los propios medios, otra mirada de la realidad asoma iluminando con sus focos ante tanto maltrato. El cine hecho en nuestro país. Como también ocurre en otras expresiones del arte, abrazan el alma, consuelo y esperanza para creer en otra vida posible.

Un oso rojo”, film de Adrián Caetano, una ventana en esa realidad oscura del delito donde el amor y la dignidad cohabitan con la muerte y la nada.

Kamchatca” de Marcelo Piñeiro, un país en clandestinidad, el terror impermeable ante la barrera entrañable de hijos y padres y los vínculos de sangre como marcas de nobleza.

Historias mínimas” de Carlos Sorín, un país contado con lo mejor que tiene, la sencillez de sus mujeres y sus hombres, un recorrido por la vida sin estridencia, sólo con los deseos y un camino que depare lo que tiene que ser.

Tres de tantos otros ejemplos del cine argentino, que aún maltratado por el snobismo del desprecio por lo nuestro, florecen como sucesores de una historia de grandes filmes de calidad y comprometidos en contar la historia que nos pasa.

Qué hermoso sería que la suerte del país floreciera como nuestro arte, que la mediocridad reflejada por los medios masivos se derribara con la emoción de la poesía actuada por los actores y cantada por nuestros músicos.

A lo mejor, en la fuerza transformadora de nuestros docentes que no bajan los brazos en la tarea de formar en la esperanza de un mañana mejor para nuestros hijos, en las mujeres y hombres de todo el país que día a día sostienen comedores solidarios para paliar el hambre y en la tarea de tantos anónimos que trabajan para hacer una realidad más digna sin diferencias.

Quizás ahí, estemos bocetando juntos lo que será nuestra mejor film de todos los tiempos, un país para todos.

(archivo rescates texto diciembre‎ de ‎2002)