Esperanza atómica.

El deseo del saber, la pasión por la discusión sobre el conocimiento y el compromiso ético-social.

Sinopsis de una obra de teatro que puede ser luz sobre muchas de las reflexiones que abordamos desde este espacio y que seguramente se puede llevar a la sala de profesores, a la sobremesa familiar y por qué no, al aula.

La obra es COPENHAGUE del autor ingles Michael Frayn estrenada hace algunas semanas en el Teatro Gral. San Martín de la Ciudad de Buenos Aires, con la actuación de Juan C. Gené, Alberto Segado, Alicia Berdaxagar, dirigidos por Carlos Gandolfo.

La historia que se cuenta está basada en el encuentro entre dos brillantes científicos: el danés Niels Bohr (1885/1962) y el alemán Werner Heisenberg (1901/1976), ambos ganadores del Premio Nobel. Estos investigadores contribuyeron de manera decisiva en la investigación de la fisión del átomo y la mecánica cuántica, descubrimientos que posibilitaron la realización de la bomba atómica.

La obra se debate en torno a la responsabilidad de estos hombres de la ciencia en la construcción de la bomba atómica. El alemán judío que se queda en su patria con fuertes convicciones de resistencia científica y el danés judío perseguido en una patria tomada por el nazismo.

No podremos sintetizar en estas líneas el profundo contenido que se desarrolla en esta jugada obra, ni entrar en el debate necesario pero extensísimo sobre las posiciones ideológicas que toman los personajes (resistencia-traición-participación- sobrevivencia). Pero sí quisiera recortar una porción dramática que trabajan los actores y que tiene como eje la relación humana y el vínculo de afecto y reconocimiento profesional que tienen esos dos hombres.

Los dos apasionados del debate de ideas y arquitectos de ensayos en borradores llenos de interrogantes en búsqueda de verdad. El compromiso de aquellos que saben que su conocimiento puede incidir en la comunidad y el valor ético de ocupar o no lugares de responsabilidad para transformar la realidad.
Cómo no verse reflejado en esos actores que van y vienen de los roles, como en la vida, no hay personajes uno bueno y otro malo, uno coherente y otro traidor, o sí pero no es lo mas importante, en cambio lo es preguntarse qué lugar ocupamos en nuestra responsabilidad del día a día frente al conocimiento y la realidad que vuela por la ventana de nuestros hogares.
Cuantas veces nuestra certeza se sostiene en el error de no escuchar la voz afectiva del que sabe pero no mira como uno, perdiendo así la posibilidad de ver más y construir saber junto con el otro.
Muchas veces como les sucede a los protagonistas de esta obra, en los encuentros entre pares (docentes, científicos, alumnos, familia, etc) el espacio del silencio para pensar, se llena de palabras distorsionadas por la imposición de una voz sobre otra dejando un gran vació ruidoso, pobre de ideas.
Entre la infinidad de hilos que salen de la madeja de COPENHAGUE, uno es el de la duda ¿qué hubiese ocurrido, si estos dos científicos se hubiesen escuchado?, ¿Podrían haber parado la construcción de la bomba?, ¿Se hubiesen unido para luchar contra los enemigos de la humanidad?.
Esas y otras preguntas deja esta obra, que ojalá pudiesen conocer todos los que estén leyendo este texto, pero en relación a la vocación reflexiva que se propone este comentario editorial me gustaría compartir algunos interrogantes: ¿No nos estaremos perdiendo el tiempo de acompañarnos en la duda?
Aprender del que tenemos cerca  (distancia próxima donde habitan: al que reconocemos intelectualmente, aquellos a quienes queremos y a las personas con quienes compartimos proyectos)
Pareciera que hoy es mejor definir nuevos conceptos antes que ponernos de acuerdo en los que están y esperan usarse.

Podremos escucharnos, reaprender a leer la vida, hacer bien los cálculos y trabajar en la construcción de nuevos caminos que al menos si no termina en la isla de Utopía(1) no nos destruya una vez más.

(archivo rescates texto julio‎ de ‎2002)

1-Tomás Moro en su obra "De optimo reipublicae statu deque nova insula Utopia" (Lovaina, 1615)