ENCUENTRO. Espacio para tomar y dar.

Participé de una reunión con colegas donde nos propusimos trabajar interdisciplinariamente para pensar alternativas de intervención en las problemáticas que atraviesan los docentes y directivos de las instituciones educativas.

El entusiasmo impulsó a compartir distintas ideas que surgían en la presentación de nuestros perfiles, pero al transcurrir el tiempo de coincidir en miradas sobre los sujetos de estudio, se fue trazando una muestra diagnostica un tanto ensombrecida, que presentaba al ámbito y a sus actores principales agobiados de presiones y abroquelados en la negación a abrir el juego a la misma comunidad y/o a posibles agentes externos para buscar juntos salidas posibles a las molestias se viven que dentro de la instituciones educativas.

Frente a la realidad que transcurre en el escenario educativo, dedicarle tiempo al menú de deficiencias, males, elementos críticos y sensación de fracaso, no harían más que dejarse empantanados en un lugar al que nada ni nadie puede certificar que no se puede salir.

Creer y confiar que se puede recuperar el valor sustantivo que tiene la educación para la comunidad es uno de los convencimiento más claros a la hora de pensar una salida frente a un transitar cotidiano de malestar institucional y desanimo en el rol docente.

Pero la escuela/colegio, los docentes, los directivos y las familias que conforman el campo educativo donde los alumnos transitan su recorrido de educación integral, no pueden permanecer desvinculados entre sí, imposible alcanzar los idearios y proyectos educativos si entre las personas que deberían darle vida no los une una profunda comunicación que los enlace desde el amor a los niños y adolescentes y desde ahí ocupar su lugar.

Cada caso hay que tratarlo con toda su particularidad, por lo tanto no podemos enfrentarlo con una receta, ni estrategias genéricas de solución inmediata, pero hay algo que si se puede trabajar profundamente, corriéndose de la presión de un hecho y dándole lugar a lo que le pasa a las personas que allí interactúan. En esta observación y lo que de ahí surja se puede buscar intervenciones que orienten hacia una reubicación de roles y en la conciliación de las relaciones.

No es mágico, pero la posibilidad de ver la escena es tan reveladora que el cambio de actitud florece casi instintivamente muy dentro de uno mismo. Cuantas veces en casos personales, en situaciones familiares o intimas, cuando nos damos el momento de sentir y asumir eso que nos pasa nos impulsa inmediatamente a actuar de una manera impensada y aparentemente ajena a nuestra personalidad. Bien de eso hablamos, la tarea educativa implica verse como personas relacionadas a otras y cada una ocupando un lugar que dé y reciba apoyo.

Porque no intentar, dejar de esquivar la sala de profesores, la vereda de padres, la reunión de área, la charla de personal, el rato previo o posterior a entrar o salir de nuestro lugar y provocar encontrarse con los otros, con los pares y colegas que tienen tanto como uno la necesidad y las ganas de hacer de ese ámbito que los vincula un espacio donde desarrollar esa habilidad apasionante que es educar.

Se tratará de buscar la llave, la excusa y acercar los elementos que estén cerca para generar ese momento, si no se da desde la conducción, pedirlo, proponerlo, no hacerlo es perder la oportunidad de algo liberador que tarde o temprano se provocara por emergencia. Hacerlo porque si, por un impulso, por ese movimiento interior personal que entusiasma, luego si uno confía en sus sensaciones, en los otros y en el escenario que los conforma en cuerpo, ese espacio de acción y reflexión se convertirá en el mate, el café o la sobremesa esperada para no sentirse solo en algo que es de todos y necesita de todos.

Carlos M. Iglesias




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